Casi todos los grimorios y libros prohibidos de la Edad
Media coinciden en afirmar que Astaroth es un demonio tan poderoso como
desdichado.
El propio Astaroth —a través de sus acólitos— sostiene que
ha sido condenado injustamente a los infiernos.
Y no solo eso, sino que se encuentra en desacuerdo con Satán
en lo que refiere a su desempeño en las tareas administrativas de aquella
región poblada de réprobos y santos extraviados.
Astaroth aparece como un hombre alado con extremidades de
dragón que cabalga sobre un licántropo.
El aspecto de Astaroth es tan desagradable, y tan
nauseabundo como su aroma, que quien se ve en la necesidad de convocarlo debe
usar un anillo de plata colgado de la nariz para aislarse de su insoportable
pestilencia.
A pesar de sus quejas y reproches, Astaroth tiene una
posición privilegiada en el infierno. Ocupa el rol de tesorero general, cargo
que aborrece acaso porque lo ubica como protector de banqueros y hombres de
negocios.
Acaso debido a sus tratos comerciales con estos caballeros,
Astaroth se ha ganado el epíteto de Señor de la putrefacción y de los vahos
cadavéricos.
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